Es mejor hacer pensar a los vivos que a los muertos; a los alumnos más
que a los maestros. Escarbar en un autor, arriesgarse a que nunca lleguemos a
entenderlo; mejor que las palabras nos hagan pensar aunque el espíritu se aparte
de la letra, que eso, y no una disección de cadáveres, es lo que son las clases
de filosofía.
LA METÁFORA DE LA LÍNEA
Platón.
Juan Luis enseñaba a Platón. Les acababa de pintar en el encerado la metáfora
de la línea. Los alumnos habían entendido lo que quería decir, pero no acababan
de encajarlo en el mundo real; entonces tuvo que acudir a los ejemplos.
-¿Habéis
visto Bambi? –les preguntó; varios de ellos dijeron que sí-. Bueno, pues hay un
momento, cuando Bambi está creciendo, en que bebe agua en el río. Mientras bebe
ve su imagen reflejada en el agua.
Se
quedó unos segundos callado, expectante, sin dejar de mirarlos; entonces
levantó las manos, cerrando los puños sin apretarlos, con los pulgares apoyados
en los índices; luego bajó los antebrazos con un movimiento más enérgico,
rasgando el aire al tiempo que abría las manos, con las palmas para arriba; al
mismo tiempo soltó su voz con energía, pero dentro de una dicción suave,
cálida, alejada del grito.
-¡Ésa
es la eikasía!
Los
alumnos miraban, sonrientes; lo de Bambi les hacía gracia.
-Son
las imágenes, los reflejos… las sombras. Él no se veía a sí mismo; veía su
reflejo en el agua. Y de pronto vio también en el agua el reflejo de Falina.
Levantó
la vista a la mesa, donde se encontraba su cartera. Tras ella se proyectaba una
sombra alargada, muy característica.
-¿Veis?
–señaló con la mano-. Esa sombra es la de un libro. Yo no veo el libro, veo su
sombra, y por eso conjeturo que hay un libro detrás de la cartera; quizá por
eso muchos traducen el término griego “eikasía” por “conjetura”; otros lo
llaman imaginación. Pensad en un acelerador de partículas. Los físicos
fotografían lo que ven y en las fotos no aparece ninguna partícula: sólo son
líneas negras que unas veces se cruzan, y otras se juntan y separan; esas líneas
son las trayectorias, el rastro, las sombras que dejan tras de sí las
partículas. Ningún físico ha visto nunca un muón, lo más que ha llegado a ver
es su sombra en el papel blanco. Ésa es la eikasía.
Después
tosió y enlazó inmediatamente con otro ejemplo.
-Pensad
en un vaso de agua –lo dibujó con la tiza-. Si introducimos un palo en él
aparecerá torcido. Suponed que alguien lo saca y dice: “ahora está derecho”,
luego lo vuelve a meter y dice: “ahora está torcido”, y así un montón de veces;
os reiríais, ¿verdad? Pues eso pasa porque no vemos el palo que sujetamos con
los dedos, sino su reflejo en el agua; y lo vemos alternándolo con la visión
directa del palo, cada vez que lo sacamos del agua. A esta forma de conocer
Platón la llama “pistis”.
-¿Piscis?
-No,
pistis, pistis –lo escribió en el encerado-. Algunos lo traducen por
“creencia”, porque creemos que lo que vemos son los objetos tal y como son en
la realidad; yo, para evitar las confusiones con la creencia religiosa,
prefiero llamarlo “percepción”. Es verdad que a veces nuestras percepciones son
creencias. Por ejemplo cuando el mago te enseña un objeto; y te lo enseña
rápidamente para que lo veas sin verlo: entonces crees lo que has visto, pero
en el fondo no estás muy seguro. En esas visiones fugaces se entremezclan
muchas veces la percepción y la fantasía; como en un cuadro impresionista, que
para captar lo fugaz funde hábilmente los reflejos y las imágenes con la visión
directa de los objetos.
Se
llevó el puño a la boca para toser un poco.
-Pensad
ahora en un telescopio. Lo que veis por él son puntos de luz, que son las
estrellas. Pero ¿son realmente estrellas lo que veis? ¿O son sólo huellas?
Algunas están tan alejadas de nosotros que cuando nos llega su luz ellas ya han
desaparecido; de modo que, cuando vemos estrellas, ¿son imágenes lo que vemos,
o son imaginaciones? ¿Son objetos reales o son sólo reflejos? ¿Son cosas
realmente existentes o cosas que ya han dejado de existir?
Se
detuvo un instante, para dejar pensar a los alumnos. Era consciente de que se
habían quedado perplejos, y hace falta tiempo para asimilar la perplejidad.
Después prosiguió.
-Está
claro que la pistis es un conocimiento más acertado que la eikasía; nos fiamos
más de las imágenes que de las imaginaciones. Pero hay una tercera forma de
conocer todavía más perfecta: es la dianoia.
Se
calló un poco para que lo apuntaran, e incluso tuvo que escribir la palabra en
el encerado; acto seguido explicó en qué consistía.
-Hay
consenso en traducirlo por “inteligencia discursiva”. Es el conocimiento
matemático. Si yo abstraigo del libro que hay encima de la mesa el esqueleto de
su forma, obtendré un prisma; que es el mismo que tendría una caja de cartón,
por ejemplo una caja de bombones. Os lo voy a explicar con un ejemplo. Pensad
que estáis viendo en la tele un partido de fútbol De repente veis una sombra
que surca el espacio y atraviesa la portería: ¿será la pelota? A lo mejor ha
sido gol. Repasamos las imágenes a cámara lenta y reconocemos la pelota. Pero
todavía hay más, no se ve claramente si la pelota ha atravesado la portería. La
hemos visto chocar contra el larguero, chocar contra el suelo y luego un
defensa la ha despejado. ¿Fue gol? ¿Ha rebasado la línea de gol? Si esa línea
está materializada en blanco en el suelo lo podremos ver; pero eso ya es
geometría. Y digo más, algunos espectadores dirán que ha sido fuera de juego;
entonces la televisión te repite la escena trazando una línea imaginaria entre
los atacantes y los defensores; ahí es donde se ve si el delantero estaba
realmente en posición adelantada; ¿y cómo lo hemos sabido? Recurriendo a la
geometría; a las matemáticas. De modo que lo que vemos a veces es confuso si no
lo matematizamos. Decía Galileo que el universo es un libro abierto, pero está
escrito en caracteres matemáticos. Quien sepa matemáticas será capaz de leerlo.
Por eso Platón había mandado que escribieran a la entrada de su escuela: “que
no entre aquí nadie que no sea matemático”.
-¿Los
que no saben matemáticas no conocen las cosas?
-Las
conocen menos; o menos bien. Mirad, en el partido de fútbol, si la imagen
permite visualizar la posición de los jugadores, nos pondremos todos de
acuerdo. Pero como haya efectos de perspectiva que entorpezcan la
matematización ya la tenemos liada: para los partidarios de equipo atacante no
habrá sido fuera de juego; para los del otro equipo sí; porque no mirarán con
la cabeza, sino con las tripas; y no verán lo que realmente hay, sino lo que
quieren ver: como Don quijote.
Los
alumnos se quedaron meditativos. Estaban sorprendidos de cómo Juan los había
llevado a la dianoia desde la eikasía en un partido de fútbol; por supuesto, a
través de la pistis. Juan, sin embargo, no les dejó descansar. Prosiguió.
-Todavía
hay una cuarta forma de conocer en la filosofía de Platón. Es el noûs, que unos
traducen por “intelección” y otros por “ciencia”. El noûs es la inteligencia,
al igual que la dianoia: ¿en qué se distinguen entonces estas dos facultades?
Fijaos bien: la dianoia es la inteligencia, pero inteligencia discursiva; con
palabras. Mientras que el noûs es esa otra forma de inteligencia que no puede
expresarse con palabras: es una inteligencia intuitiva.
Rápidamente
Juan quiso deshacer una posible confusión que los alumnos no habían visto, pero
él sí; la falta de experiencia nos impide que veamos lo que vemos fácilmente
con entrenamiento; el ejercicio es como unas gafas que nos ayudan a ver; o como
una lupa.
-El
noûs es una intuición, pero vosotros diréis: ¿y por qué no lo es también la
eikasía? Tendréis toda la razón. Pero la diferencia es clarísima: el noûs
funciona como una intuición intelectual; le eikasía, como una intuición
sensible. A través de sombras y reflejos se puede intuir más o menos cómo es la
estructura superficial de un objeto; pero la intuición intelectual nos descubre
más bien su estructura profunda; lo que la imaginación nos descubre son las
formas ancladas en el cuerpo, que está en continua transformación, pero por la
intuición intelectual captamos las formas que, sacadas del cuerpo, están más
bien ancladas en el alma.
Diferencia
harto difícil de entender, sobre todo para los perezosos; por eso no se
entretuvo demasiado con estas cuestiones.
-Discurrir
–siguió diciendo- no es lo mismo que intuir. La intuición propia del noûs es
una inteligencia que no puede expresarse con palabras; no es discursiva, como
hemos visto. Es, pues, una forma de iluminación, de comprensión súbita sólo con
los ojos del alma: sin los del cuerpo.
Juan
introdujo aquí una pausa didáctica.
-Claro,
si nos piden que lo contemos no podríamos; tendríamos que decir algo así como:
“yo lo entiendo, pero no lo puedo explicar”. –Y entonces sonrió-. Eso mismo es
lo que hacen los vagos. Si le preguntas a alguien que no estudia también te
dirá: “si lo sé, pero ahora mismo no sé explicarlo”; que es lo mismo que
decir:”lo tengo en la punta de la lengua”. Por eso todos los vagos se meten a
estudiar humanidades. Un vago estudiando matemáticas no aprobaría nunca, porque
la matemática se tiene que explicar con palabras. La matemática es rigurosa.
Exige mucha exactitud.
Respiró
con tos para controlar los ritmos de voz.
-En
cambio las humanidades van más allá de las matemáticas; van en busca de la
intuición, y hallarla es muy difícil. Pero, como no se puede decir con
palabras, el único recurso que nos queda es el arte; la pintura, la música… la
metáfora. Un sabio auténtico se manifiesta en su forma de expresarse. Pero un
sabio falso se muestra en su pobreza expresiva, aunque, como no es fácil decir
dónde empieza el acierto y dónde termina el error (como ocurre con las
matemáticas), no sería tan fácil suspenderle; a poco que sepa manejar la
picardía se consigue el aprobado. Por eso todos los vagos que quieren estudiar
se van a letras. Por eso las letras están tan desprestigiadas. Y por eso los
verdaderos genios de las letras a veces no tienen fácil desprenderse de esa
masa de indigentes mentales; de esa nube de parásitos que funciona como una
caterva de vagos.
Pero
estaba Julián. Julián, aunque no era muy estudioso, entendía perfectamente lo
que Juan les quería decir. Había sentido esos impulsos que llamamos
inspiración; esos efluvios que te transportan el alma, esa fuerza que te
atraviesa el espíritu como una especie de iluminación, ese entusiasmo que se
apodera de ti para raptarte. Él, como era algo poeta, lo sabía, lo había
sentido muchas veces; aunque fuera vago. Por eso se atrevió a preguntar. Detrás
de él, Juan vio sonreír, muy satisfecho, a una chica de letras; probablemente
la única que no se había apuntado por pereza, sino por vocación.
-¿Nos
podrías decir –preguntó Julián- cómo funciona el noûs? Ya sé que es
inteligencia no discursiva, pero ¿en qué consiste esa forma de inteligencia?
¿Esa operación de la mente que no se puede expresar?
Juan
suspiró profundamente.
-Lo
inefable.
-Tú
lo has dicho: no se puede decir. Sin embargo voy a intentar una explicación.
Cuando alcanzamos esta forma de entender las cosas experimentamos una especie
de entusiasmo. Que no es esa alegría de la dianoia que nos riega con su buen
humor. El entusiasmo es una alegría sin límites (Kant lo llamaría una alegría
sublime): que, al mismo tiempo que nos llena hasta el fondo, nos mete una
especie de miedo, nos da inseguridad. Es lo que experimentó Arquímedes cuando
gritó Eureka; lo que sintió Kekulé cuando descubrió la estructura del benceno,
lo que experimentó Einstein cuando descubrió la relatividad. El verdadero
matemático se transporta a la intuición desde la dianoia; consigue alcanzar la
alegría sublime escapando a la alegría del buen humor: y eso es ya ser poeta;
se es poeta cuando se descubre un teorema; y cuando se descubren las metáforas
que, como San Juan de la Cruz,
expresan en éxtasis las cosas que son imposibles de expresar.
Juan
se detuvo, consciente de que no le entendían, cuando ya se preparaba para
concluir.
-En
resumidas cuentas: la dianoia es discursiva porque se puede expresar con
palabras, y el noûs es inefable; lo que significa que sólo entre las palabras,
y no dentro de ellas, se escurre, como el agua entre los dedos, lo poco que retenemos
de lo mucho que no podemos expresar.