sábado, 6 de noviembre de 2021

REALISMO Y NOMINALISMO

 

 

 REALISMO Y NOMINALISMO

 


            Vivir es sentir, conocer y aceptar. Tenemos dos órganos en el cuerpo que nos permiten conocer: los sentidos y la razón. Y tenemos también dos actitudes diferentes ante la vida: aceptar y rechazar; cuando aceptamos las cosas las estamos respetando, igual que mi vecino acepta que su hijo sea homosexual.

            En filosofía hay dos actitudes de rechazo: quienes rechazan los sentidos y quienes rechazan la razón; Platón rechazaba los sentidos porque nos engañan a veces (ya se sabe, en la esquizofrenia oímos voces que no existen); Nietzsche, y con Nietzsche los románticos, rechazaba la razón porque con la razón se han reprimido los instintos y se ha censurado, y por qué no decirlo, se ha condenado nuestra manera corporal de conocer; otros, como Aristóteles, han reconocido que sin nuestro cuerpo mal puede aplicarse la razón.

            En el conocimiento hay uno que conoce y el mundo que se quiere conocer. Al primero lo llamamos sujeto; el segundo es el objeto. Cuando decimos “yo veo una flor” yo soy el sujeto que ve y la flor es el objeto. Cuando el marinero de Eisenstein ve marineros colgados de las velas del barco no ve lo que hay de verdad, sino que visualiza sus miedos: es una imagen subjetiva. Cuando vemos cosas que están en la realidad, como los animales que miramos en el zoo, nuestro conocimiento es objetivo.

            Si atendemos al sujeto, el platonismo sólo valora el conocimiento a priori: las cosas que conocemos antes de nacer, los conocimientos que traemos al mundo; por ejemplo, la idea del bien y del mal no la aprendemos en ningún sitio, sino que la  sentimos dentro de nosotros sin que nadie nos la haya enseñado: es lo que pensaba Platón.

            Pero el empirismo sólo da por válidos los conocimientos que hemos sacado del mundo, afirmando que sólo conocemos las cosas que nos hemos encontrado en él, las que forman parte de nuestra experiencia, las que hemos podido aprender. Un niño que naciera ciego, sordo, mudo, sin gusto, sin tacto, sin capacidad de sentir el placer y el dolor y sin sentir el contacto con la piel, ese niño tendría la mente vacía; no conocería nada porque carecería de órganos para conocer; y como los pensamientos innatos no existen (según empiristas), no podríamos traer al mundo ningún conocimiento anterior; el bien y el mal no se conocen por instinto sino que se aprenden; y lo mismo sucede con la belleza, la justicia y el conocimiento matemático; las matemáticas surgen de la experiencia por abstracción. 



            Olvidémonos ahora del sujeto que conoce. Fijémonos sólo en el mundo que conocemos: ¿existe de verdad? ¿Existe lo que tenemos en nuestra mente? ¿Existe lo que podemos ver, oír y tocar? En nuestra mente tenemos el número pi, ¿existe el número pi? ¿Existen esas montañas que veo en la lejanía? ¿Existen las que tenemos en el recuerdo?

            Platón pensaba que las cosas que vemos cambian continuamente. Ese rayo que he visto hace un rato pero ya ha desaparecido ¿existe de verdad? ¿Existió alguna vez? ¿Existieron los dinosaurios? Alguien los vio alguna vez pero ahora no los ve nadie, ¿cómo podemos saber si existió lo que ya ha dejado de existir? Platón diría que no podemos afirmarlo ni negarlo. 

            ¿Y el número pi? ¿Existe el número pi? Pi es el número de veces que cabe el diámetro en la circunferencia y eso existirá siempre, aunque no haya en el mundo cosas redondas. ¿Qué pasaría si hubiera un cataclismo que destruyera el universo? ¿Dónde estarían las estrellas, los planetas, los cometas y las galaxias? En ningún sitio: habrían desaparecido todos. ¿Dónde estaría el número pi, los polígonos y los círculos, dónde estarían la justicia, la belleza y la verdad? Seguirían existiendo porque son ideas sin materia y en el fin del mundo sólo se destruye la materia. El amor, ¿dónde estaría el amor? Como es un sentimiento inmaterial, seguiría existiendo. ¿Dónde? No lo sé, pero existiría. Esto es lo que dice el platonismo. Se le llama también realismo, porque dice que la única realidad es la que existe siempre; no la de los cuerpos, sino la de las ideas. Otros han necesitado precisar más y lo han llamado realismo exagerado. Si las ideas (“universalia”) han existido siempre, existían ya antes de que existiera el mundo (universalia ante rem); y cuando se acabe el mundo todavía seguirán existiendo.

            Otros (los nominalistas) dicen que las ideas están en nuestra mente, y si desaparecemos todos en el fin del mundo desaparecerán todas las ideas con nosotros. Quedarán, eso sí, en los libros que hemos escrito, en las tablillas de arcilla, en los jeroglíficos grabados en las piedras; pero si desaparecen los libros, las tablillas y las piedras, desaparecen las ideas que hay escritas; desaparecen todas las ideas.

            Esto lo pensaba Guillermo de Occam. Las ideas son los signos que hemos escrito. Las ideas, fuera de los signos, no existen. ¿Qué es el amor? Para unos es una pasión (eros); para otros, una amistad (philía); para otros, el deseo de compartir (ágape); para otros, solidaridad (charitas). Si les preguntamos a dos personas distintas qué es el amor, seguro que contestan distintas cosas. La idea de amor no existe. Cada uno tiene su propia idea. Entonces ¿qué es el amor? Una palabra que nos hemos inventado. Utilizamos la palabra “amor” como un comodín que manoseamos todos pero nadie sabe lo que significa. Todas nuestras  ideas son palabras, tan fáciles de usar como difíciles de entender. ¿Qué significa la palabra “libertad”? ¿Y la palabra ·democracia”? Para un liberal, para un socialista, para un comunista, para un anarquista son cosas distintas. Nadie les da el mismo significado a esas palabras. De modo que cuando un político nos habla de la libertad, del pueblo y de la democracia, seguro que nos está engañando. Una idea no es más que una palabra. Y una palabra es un comodín que sirve para muchas cosas, la misma palabra tiene interpretaciones distintas, porque tiene tantos significados como gentes que la pronuncian. 



            Una palabra no es más que un nombre. “Nomen”, en latín. Por eso quienes piensan de esta forma defienden el nominalismo. Las ideas no son más que nombres. Signos. El signo ℕ significa “número natural”, pero los números naturales no existen; son infinitos, y nos podríamos morir nombrándolos todos sin haber llegado al último al final de nuestros días. Sólo existe lo que podemos nombrar y no podemos nombrar todos los números. Signos como “ℕ”, “ℂ”, “ℝ” o “ ͚” son nombres que les damos a las ideas que no pueden estar en ningún sitio porque no existen; como yo utilizo mi chaqueta para ponerla en la silla e indicar que esa silla es mía aunque esté vacía, porque me he ido al baño.

            Guillermo de Occam es encarnado por Sean Connery en la famosa película sobre la novela homónima de Umberto Eco, El nombre de la rosa. De la rosa sólo queda su nombre. Pero al final de la historia esa joven de la que se ha enamorado Adso desaparece y Adso se lamenta cuando es viejo y dice, mientras la recuerda: “de ella yo nunca he sabido, ni sabré, su nombre”.

            Ponerles nombres a las cosas es dominarlas. Cuando estoy enfermo, si el médico le pone nombre a mi enfermedad la enfocará separándola de todas las cosas que no padezco, y entonces puedo centrarme en ella, dirigiéndole a ella mis esfuerzos: y me asustará menos. Pero no olvidemos que todos los nombres son artificios. Salen de nuestra mente, las cosas artificiales las crean los seres inteligentes de la naturaleza, como nosotros, y si un día desapareciera el mundo y nosotros con él, ¿adónde irían esas palabras que tenemos en nuestra mente y que representan a nuestras ideas? Desaparecerían con nosotros. Después del fin del mundo no existiría el número pi, ni el cuadrado ni el círculo ni la idea de justicia, ni ninguna de las otras ideas. Por eso se dice en filosofía: “universalia post rem”; las ideas han nacido después de que nacieran las cosas, cosas inteligentes, como nosotros, las ideas no están en el cielo sino en nuestra mente; y si un día desaparecemos desaparecerán las ideas con nosotros.

            Existe una tercera postura. Dice que las ideas existen pero no existían antes de que naciera el mundo (como aseguraba Platón), ni tendrán que esperar tampoco a que nazcamos nosotros para que nazcan ellas en nuestra cabeza (como pensaba Guillermo de Occam). Las ideas están en las cosas (“universalia in re”) y por eso nacieron con las cosas y morirán con ellas; aunque hayan muerto todos los seres inteligentes capaces de pensar en esas ideas, esas ideas seguirán existiendo en los individuos que las encarnan. La idea de caballo está en cada caballo porque todos los caballos tienen el mismo código genético y comparten la misma esencia, aunque sus existencias sean diferentes.

            Esta corriente recibe el nombre de realismo moderado; se la debemos a Aristóteles. Un nominalista diría que no hay dos caballos iguales pero Aristóteles, aun afirmando que ningún caballo es idéntico a otro en su modo de existir, comparten, sin embargo, la misma esencia, que es su misma naturaleza: Un apache no es lo mismo que un massai pero ambos comparten la misma naturaleza: ambos son, por encima de sus diferencias, homo sapiens, homínidos pensantes, mucho más que animales racionales.

            Toda la filosofía gira en torno a estas tres corrientes que, apuntadas ya en la antigüedad, fueron precisadas en la Edad Media. El realismo moderado (“conceptualismo”) forma parte del pensamiento empirista; frente a ellos se levanta el racionalismo propio del realismo exagerado, también llamado platonismo.

            Ya hemos identificado en el platonismo, además de a Platón, a Agustín de Hipona, Anselmo de Canterbury, Parménides y Descartes; podemos añadir a Leibniz, Russell, Husserl, Popper o Chomsky, y muchos más.

            Entre el aristotelismo (realismo moderado) situamos a Tomás de Aquino, Boecio, Maritain y buena parte de la doctrina cristiana.

            En el nominalismo encontramos a Occam, Heráclito, los cínicos, los estoicos, Roscelino, Hume, Comte, Wittgenstein, Carnap y muchos otros.

            Lo mismo que la tabla periódica permite, a partir de Mendeleiev, predecir la existencia de elementos que todavía no hemos observado, así también esta clasificación de la filosofía en tres corrientes nos permite identificar cualquier forma de pensamiento que pudiera parecer inclasificable. Nietzsche sería nominalista. Marx tendría mucho que ver con Aristóteles dentro del empirismo. Kant, y de manera general el criticismo, estaría entre el racionalismo y el empirismo. Ortega y Gasset, María Zambrano, Pascal, Heidegger y muchos más procederían del empirismo protorromántico y alguno de ellos, como Ortega, tendría una pátina de racionalismo.

            Si la filosofía es un intento de buscarles sentido a las cosas, esta clasificación tripartita sería, desde luego, una matriz que podríamos aplicar a la historia de la filosofía para encontrar en cualquier corriente posible la certeza de un sentido.

 


 

 

1 comentario:

  1. Me ha ilustrado, usted, mi querida Lechuza Literaria. Rescato con emoción la cita de Hugh Hood: "Nada es mejor que una cerveza fría en una bella tarde con nada más que esperar sino más de lo mismo ". Reflexiono en una puesta de sol en el sur de Lima, en nuestra playa Chocaya y pasticheo esta cita con mi sentimiento, mis sensaciones así: "Nada es mejor que una coca cola sumamente fría con hielo en un vaso de cristal en una bella tarde, en el crepúsculo, con un sol tan redondo como la la burbuja que hace la coca cola en el cristal con nada más que esperar sino más de los mismo, más tardes bellas crepusculates con el mar en su cadencia y la arena fría esperado nuetros pies ante el grato chillido de las gaviotas que se retiran a descansar". Tana Burga Rubini

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